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No hay instructivo para cargar con el mundo, pero hay que prepararse para hacerlo. Foto: BAER |
El estafador promedio pretenderá que demos crédito a su palabra proyectando sin cumplir, siempre sus acciones serán a futuro y las usará cuando se encuentre en problemas aunque para él sólo sea un pequeño traspiés; ese mismo estafador negará todo lo que esté en su contra, a pesar de que se le presenten pruebas de sus delitos puesto que a lo único a lo que puede apelar es al cinismo. ¿Por qué no actuamos en consecuencia? Sencillo, hemos dejado que las autoridades (a quienes nosotros autorizamos) decidan sin que nos ocupemos de señalar lo que están haciendo mal, cuando deben procurar los satisfactores, soportar los servicios y garantizar la seguridad, con la consigna de que cualquier error o delito que puedan cometer, estará bajo el cobijo de la impunidad, práctica que hemos visto en todos los colores.
¿En qué momento nos daremos cuenta de que ser demócratas-regionalistas, laico-guadalupanos y melodramáticos-telenoveleros nada bueno va a dejarnos? Manejamos sectores estratificados por conceptos feudales que hemos supuesto desde la academia como heredados de la Colonia, sin embargo, eso es sólo un pretexto para zafarnos de la responsabilidad histórica de convertir a este territorio en un verdadero país pero, como siempre pasa con los planes al vapor, nada bueno puede salir de ello. Si se han preguntado la razón por la que existen clases sociales, seguramente habrán encontrado las respuestas en varias teorías (o especulaciones) que atinan en un aspecto complementario de la realidad, sin tocar un punto importante en las justificaciones que cada una de ellas sostiene.
Desde el argumento «hay ricos y pobres porque así lo quiere Dios» hasta el mal manejado «todo sistema económico tiene dentro de sí su propia contradicción», cada palabra que usemos para justificar nuestra situación parece apuntar hacia la búsqueda de responsables que carguen con nuestras culpas, sean éstos reales o ficticias, es esa la oportunidad que buscan los profesionales de la estafa para pintar un panorama idílico en el que todo el mundo cabe, pero sólo está reservado para unos cuantos elegidos. La farsa de la exclusividad ha funcionado por siglos y se ha explicado con religiones, con sistemas políticos, con títulos nobiliarios y académicos y con los sistemas económicos; los cadeneros cambian, pero su función es siempre la misma: no todos podemos pasar. Salud.
Beto
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