lunes, 29 de julio de 2024

Juego infantil

Un juego de apariencias en el que todos apostamos
pero, todos perdemos. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- La maduración de nuestro cerebro se identifica cuando las reacciones a los diferentes estímulos parecen acordes a la edad que estamos viviendo, aunque la más esperada sea la ecuanimidad; el manejo de la ira, la victimización, el buscar responsables de nuestros problemas sin indicadores de la irresponsabilidad con la que un adolescente (alguien que no ha terminado de madurar) intenta zafarse de realizar las acciones que lo liberarían de sus contrariedades, algo que no es privativo de la sociedad civil en ninguno de sus estados, los gobiernos parecen concentrar esa forma de dirigirse al momento de rendir cuentas a la ciudadanía quien es la que paga sus sueldos; y mientras todos intentamos justificar nuestras acciones (la mayoría) con trabajo, ellos tratarán de hacerlo con pretextos.

Es cierto que la sociedad mexicana adolece de muchas cosas que, a doscientos años de supuesta independencia, ya deberían empezar a aparecer, no porque seamos libres en realidad, sino porque la resignación con la que afrontamos nuestra situación ya debía habernos dado las herramientas suficientes para manejarnos con soltura y ser productivos para nosotros mismos, pero la verdad es que preferimos la victimización a discreción pues en el fondo, posiblemente le tememos a superarnos. Y cómo no, si desde las creencias condenamos a la riqueza (aunque sea bien habida) pero soñamos con sacarnos la lotería, admiramos a aquellos que roban a los ricos (aunque ya no den a los pobres) porque los que lo hacen son narcotraficantes y cerramos los ojos a los métodos, mientras no nos afecten.

Jugamos a ser un país, algunos viéndolo como una cooperativa, otros como un negocio y los más, como una guardería; jugamos a caminar sobre una barda, arriesgándonos a caer y rompernos un brazo para echarle la culpa al que levantó el muro por no predecir que lo usaríamos como pasillo, por lo que no colocó colchonetas a los lados o al menos, un pasamanos. Jugamos a crear reglas de comportamiento pero sin difundirlas adecuadamente confiando en que los poderes telepáticos que nos caracterizan, hagan que la información le llegue a todo el mundo desde el mismo momento en que las pensamos y luego, nos quejamos alegando injusticias basados en la ignorancia tanto de las necesidades como de las formas de operar.

Por último, jugamos a ser buenos aunque esa influencia llegue sólo a unos cuantos cercanos, a los demás los dejamos que se lo imaginen o permitimos que vean la piedad que nos envuelve cuando nos damos golpes de pecho antes o después de criticar a alguien en los templos, en caso contrario, no dejamos pasar la oportunidad de gritar a los cuatro vientos «yo no fui», aunque nadie nos haya señalado. Jugamos a que nada nos importa porque nuestros esfuerzos apenas alcanzan a descubrir las necesidades propias y las de nuestras familias, además, «no vamos a ser nosotros los que cambiemos a la sociedad»; jugamos con unas reglas que no pusieron personas que hayan logrado poner atención en las formas de vivir de la mayoría ni parece importarles. Salud.

Beto

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