Un juego de apariencias en el que todos apostamos pero, todos perdemos. Foto: BAER |
Es cierto que la sociedad mexicana adolece de muchas cosas que, a doscientos años de supuesta independencia, ya deberían empezar a aparecer, no porque seamos libres en realidad, sino porque la resignación con la que afrontamos nuestra situación ya debía habernos dado las herramientas suficientes para manejarnos con soltura y ser productivos para nosotros mismos, pero la verdad es que preferimos la victimización a discreción pues en el fondo, posiblemente le tememos a superarnos. Y cómo no, si desde las creencias condenamos a la riqueza (aunque sea bien habida) pero soñamos con sacarnos la lotería, admiramos a aquellos que roban a los ricos (aunque ya no den a los pobres) porque los que lo hacen son narcotraficantes y cerramos los ojos a los métodos, mientras no nos afecten.
Jugamos a ser un país, algunos viéndolo como una cooperativa, otros como un negocio y los más, como una guardería; jugamos a caminar sobre una barda, arriesgándonos a caer y rompernos un brazo para echarle la culpa al que levantó el muro por no predecir que lo usaríamos como pasillo, por lo que no colocó colchonetas a los lados o al menos, un pasamanos. Jugamos a crear reglas de comportamiento pero sin difundirlas adecuadamente confiando en que los poderes telepáticos que nos caracterizan, hagan que la información le llegue a todo el mundo desde el mismo momento en que las pensamos y luego, nos quejamos alegando injusticias basados en la ignorancia tanto de las necesidades como de las formas de operar.
Por último, jugamos a ser buenos aunque esa influencia llegue sólo a unos cuantos cercanos, a los demás los dejamos que se lo imaginen o permitimos que vean la piedad que nos envuelve cuando nos damos golpes de pecho antes o después de criticar a alguien en los templos, en caso contrario, no dejamos pasar la oportunidad de gritar a los cuatro vientos «yo no fui», aunque nadie nos haya señalado. Jugamos a que nada nos importa porque nuestros esfuerzos apenas alcanzan a descubrir las necesidades propias y las de nuestras familias, además, «no vamos a ser nosotros los que cambiemos a la sociedad»; jugamos con unas reglas que no pusieron personas que hayan logrado poner atención en las formas de vivir de la mayoría ni parece importarles. Salud.
Beto
No hay comentarios:
Publicar un comentario