Aquí, sólo faltaron unos centímetros para que las casas quedaran tapadas. Foto: BAER |
Como pasó en el ‘76, lo cual para unos fue un encharcamiento pasajero pero para otros, nos significó el mismo problema, la situación geográfica tuvo que ver, claro que eso es parte de otra historia; pero en 1973, tras una escala en Puebla (donde nos tembló) y una anterior en México, tuvimos que parar en Salamanca, gracias a la generosidad de don Lucas, un paciente retirado de mi papá que era muy hábil con las herramientas, quien nos prestó una casita de huéspedes en la parte trasera del gran patio en la parte posterior de su casa. Recuerdo esos días como si hubieran sido un ejercicio de tolerancia pues, aunque en mi familia nunca hemos sido muy afectos a andar visitando gente (ni entre nosotros), sí llegamos a sentirnos ajenos al lugar pues a nadie conocíamos.
Los trayectos de la ciudad petrolera hacia «Fresópolis» no eran del todo malos una vez que pudimos regresar a las instalaciones propias de nuestra escuela, las primeras semanas del reinicio de clases, tuvimos que pasarlas de tarde en el Pedro Martínez Vázquez, lo que acentuaba de alguna manera, la sensación de no pertenencia en un turno que pensé no volvería a padecer después de la experiencia de la «Niños Héroes», algo que en realidad no fue tan malo, aunque nada presumible. El caso es que de vuelta a la escuela de «Las Rosas» (en realidad Rafael Barba Amézcua) y a la casa, supimos lo que significaba ser damnificados al tener que llevar y traer todos los días, por un tiempo, sillas para poder sentarnos a recibir las clases.
Lo más educativo (ahora lo veo, antes no) fue que algunos días tuviéramos que participar en el acarreo de bultos, el acomodamiento de algunas bancas y el plantar algunos arbolitos; en esos días no comprendía por qué los niños de primero a tercero ocupaban los salones del piso superior, ¿qué no se suponía que era más riesgoso para ellos? Ahora entiendo que no era adecuado que fueran los pequeños los que tuvieran que cargar con sus sillas en lugar de los que ya estábamos en quinto y sexto. En los siguientes dos años, la vida diaria se trató de adaptarnos a los cambios que sufrimos con la inundación, como el seguir agradeciendo a todos aquellos que nos ayudaron, tanto familiares, conocidos y desconocidos; todavía recuerdo cómo salimos en los hombros de mis tíos por calzada Insurgentes. Salud.
Beto
No hay comentarios:
Publicar un comentario