lunes, 30 de septiembre de 2024

Mosaico cultural

Pensamos que el campo se regenera solo,
cierto si no lo molestamos. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Los viajes ilustran, sean presenciales o virtuales, de trabajo o de placer, solos o acompañados; los kilómetros invertidos en «cambiar de aires» dan siempre la oportunidad de enterarnos sobre lo que otras personas tienen por costumbre y podemos y solemos compartir; las cotidianidades se juntan de tal manera que es fácil distinguir los puntos finos que parecieran distanciarnos, sin embargo, terminamos aceptando que somos prácticamente lo mismo. Pero eso se dio por decreto porque (benditas diferencias) cada región del país se explica su realidad de diferente manera, porque da razón de su existencia de forma especial, porque se expresa distinto en la misma lengua, lo cual las hace igualmente valiosas y dignas de observarse y cultivarse, el que pertenezcamos a un país no significa que por la fuerza debamos expresarnos ni aprender de la misma manera, es sólo el hecho de que aceptamos trabajar en el mismo sentido voluntariamente.

El mestizaje nos ha hecho ver solamente hacia el interior de nosotros mismos, dejando de lado las cosmovisiones emanadas de los pueblos originarios, por mucho que se hayan cacareado programas de rescate, pero ésos se dedican al pasado cuando los más necesitados siguen vivos y muy cerca de nosotros y solemos creer que nacieron para vender artesanías, pero no nos ponemos a pensar en ellos como profesionistas, investigadores o deportistas; los Rarámuri son casi una anécdota. Seguramente no los imaginamos porque tenemos la idea de pueblos polvorientos en los que difícilmente se accede a los servicios básicos, sus caminos son prácticamente intransitables y la comunicación con el exterior es escasa, pero en realidad no podemos dar cuenta de las dinámicas que se dan en esas comunidades y los acercamientos que hacemos suelen parcializar esas realidades pues ya tenemos arraigada la versión de que viven en el atraso.

Pero debería ser prioritario establecer la infraestructura necesaria y suficiente para acercarnos a esos lugares, porque de lo contrario, nos estaremos perdiendo las fabulosas visiones cósmicas que pueden ofrecernos para entender de verdad la mezcla que somos; no quiero decir que se transformará (que si lo hace, qué bueno) o desaparecerá con ello nuestra concepción mestiza de ser mexicanos, que se enardece en este mes que termina hoy. Tampoco se trata de decir que una cultura es superior a otra, menos que las supuestas especializaciones en las que nos hemos etiquetado, vayan a estigmatizarnos de por vida pues, aun haya vocaciones establecidas desde hace muchos años, eso no significa que la diversificación esté prohibida para ciertos pueblos; es tal el enraizamiento de algunos prejuicios que no nos tomamos el tiempo de averiguar qué tipo de tecnología usan en los ambientes rurales que haya sido inventada por ellos.

Hay tal embelesamiento por lo ofrecido en las ciudades, que la vida rural pareciera de segunda, sin dejarnos ver las desventajas de vivir en una plancha de cemento sin «espacio vital» entre viviendas, lo cual da otra dimensión al concepto de privacidad; los ambientes de esta índole magnifican las diferencias lo que supone que la vida en el campo necesariamente implica atraso, visión que se basa únicamente en la cantidad de tecnología que se consume, principalmente en lo que a medios de información y comunicación se refiere. Las características del campo mexicano lo insertan en nuestra visión de lo folklórico y lo anecdótico y lo más cercano a ese tipo de vida que el citadino concibe para sí mismo, es una granja de descanso, en un lugar urbanizado sin que tenga que ver con la producción agrícola; de esa manera, las concepciones culturales pueden ir desapareciendo. Salud.

Beto

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