lunes, 6 de enero de 2025

Ya vienen los Reyes Magos

La localización de los juguetes
es toda una odisea. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Que es lo que me andan prometiendo desde hace tiempo y nada que se aparecen, deben estar ocupados en otros menesteres o ya de plano perecieron bajo la aplastante indiferencia que exige vivir en estos tiempos; por lo pronto, aún se conservan algunas personas que alimentan la fantasía quizá como un recordatorio de su propia infancia; ahora bien, ¿para los grandes, qué nos traen? Se supone que creímos en ellos cuando chicos y claro, no quiero inferir con ello que al enterarnos cómo funcionan, tengan que seguir haciéndolo de la misma manera, pero una ayudadita por parte de esa ilusión que cargamos entonces no nos caería mal. Quienes tuvieron la dicha de repetir el esquema, verán lógico que las fantasías se repitan a perpetuidad y es más, que resistan los cambios que se van dando en las concepciones que tratan de explicar nuestras realidades, quizá sin ser del todo conscientes de que es su práctica precisamente la que define nuestro perfil social.

Diría el papá de Mafalda (¿alguien recuerda cómo se llama?) que colocar juguetes debajo del árbol el día de Reyes es como ser un terrorista de la felicidad, debe ser por el cuidado que se debe tener al reservar la sorpresa por varios días. Es posible que la experiencia pueda repetirse en varios eventos, sin embargo, la intensidad de la ilusión que esta fecha despierta, no la tienen un día del niño o un cumpleaños, mucho menos cualquier día de asueto civil o religioso; no infiero que no sean importantes, sino que la intimidad alcanzada en un día de Reyes es poco probable que se tenga cualquier otro día festivo. Veámoslo sin apasionamientos, empecemos por el más complicado, el cumpleaños significa ser el centro de atención, claro, pero no implica que todo el mundo esté al pendiente del festejado, de hecho, pesa sobre sus hombros la sentencia de tener que ser el anfitrión de todos sus amiguitos.

Con los Reyes hay una comunión especial que dura en promedio entre seis y ocho años (creo que ahora menos), dependiendo de qué tan temprano despertemos nuestra curiosidad o qué tanto alargamos el juego, aunque la verdad haya asomado mucho tiempo atrás; repetir el esquema mantiene cierta magia a pesar de todo. Debe ser muy difícil ahora, con tanta información pululando por ahí y los medios y los medios para consumirla, tratar de guardar un secreto que a los seis años significa la vida misma y a los portadores de esa verdad deben cosquillearles las manos por compartirla y pertenecer aunque no sea al mismo bando. El último vestigio de inocencia se va montado en un caballo, un camello o un elefante, lo que queda es aferrarse a ilusiones que se esconden en objetos que antes no eran interesantes y en personas que podrían volverse ideales.

El mantenimiento de la fantasía es un privilegio al que acceder no es del todo sencillo, menos en estos tiempos en los que la honestidad se confunde con el escepticismo o con el cinismo que a veces presentan combinaciones peligrosas con la envidia o el revanchismo o algunas otras. Pareciera no representar una gran responsabilidad, sin embargo, no somos conscientes de las implicaciones sobre lo que representan ciertas historias para la madurez del cerebro infantil, pues lo preparan para explicarse lo que consideramos real o irreal. La imagen de esos bondadosos reyes de oriente corresponde a un aspecto muy emotivo de lo que significa ser padres (aunque no haya una reina maga) en un esquema industrial y consumista, pero que aún no ha podido hacer que desaparezca del todo nuestra humanidad, puesto que ser terroristas de la felicidad sí nos queda. Salud.

Beto

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