Antes de que se me terminen de apelmazar los dedos, debo establecer que la pobreza es muy gacha. Las casi dos semanas que estuve fuera del ciberespacio se debieron a que no tuve dinero para pagar mi conexión a la red, lo cual me deja con una frustración tamaño fanta familiar de tamarindo.
Estos días estuvieron plagados de noticias que fueron desde salvamentos hasta situaciones de verdad risibles como en el caso de la selección nacional. Tuve que dejarlas pasar bajo las circunstancias. Pero me he entretenido escuchando la radio en mis idas a León y también he redescubierto el fascinante mundo de imaginación que ese estemedio provee. Tan es así, que me he dado a la tarea de diversificar un poco mi escucha (ya no sólo soy adicto a estéreo 95); tuve la oportunidad de sintonizar radio Universidad de Guanajuato y, fuera de todo snobismo, las transmisiones de "Discutamos México" resultan del todo interesantes. Ayer mismo, los invitados al panel deliberaban sobre cómo ha evolucionado nuestra lengua, al grado de ocupar un espacio importantísimo en el concierto mundial. Así pues, reconocemos las invenciones que nuestro país ha aportado a tan noble idioma. Lo usos y costumbres nos van llevando de la mano para implementar expresiones que nos distinguen, que nos identifican y que por nuestros calzones, proclamamos como mexicanismos.
Entonces, imponemos nuestros avatares en la medida en que, siguiendo por ejemplo una costumbre por demás arraigada como lo es el evadir ciertas responsabilidades, aseguramos tajantemente que nosotros no "perdemos las cosas" sino que "se nos pierden". Tampoco somos tan mamilas como para usar imperativos a diestra y siniestra, por lo cual no decimos "dame el vaso" sino "¿me das el vaso?".
Todo lo anterior nos convierte en una cultura extremadamente interesante en los usos que damos a la lengua (sin albur que esto es tema de otro escrito) y me retiro por lo pronto, esperando que en lo sucesivo "las cosas se me den mejor". Ja.
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