Veinte años hace que el Ratón Vaquero, la abuelita, el Negrito Sandía y demás personajes, hicieron guardia de honor a su autor. Quienes gozamos de sus composiciones en tiempos en que aún vivía, pudimos percatarnos de que la imaginación vuela sin control cuando nos divertimos. No lo conocí en persona, es cierto, pero cada mañana en mis dos primeros años de educación primaria, me sirvió de despertador y compañía para entrar a la escuela.
Quizá fue él quien detonó mis desvaríos literarios, quizá su influencia provocó que soñara con mundos alternos y por ello creyera que las cosas se pueden hacer de mejor manera. Hizo que mi inocencia se prolongara hasta estos días (aunque ud. no lo crea) dando a mis pensamientos el toque que aún conservan.
Pero lo mejor que obtuve de su producción, no fue todo el esquema de mi niñez; ya estando en la universidad, fue la causa de que aprobara una materia -para la cual me sentía negado- con la máxima calificación. Me gusta la música, pero una clase de apreciación musical parecía demasiado, por todas las cuestiones teóricas y técnicas que debía manejar. Échate ésta Malú Micher. Sí fue un acto de rebeldía de mi parte, pero creo haberlo defendido con las rudimentarias armas que poseía en ese entonces; no podía dejar que mi héroe infantil cayera son la sorna de una simple oración: "Ja, le voy a decir a Jorge Vértiz que me propusieron analizar a Cri-Crí". Por lo cual también, te lo agradezco Malú.
Un agradecimiento póstumo a la mamá de Francisco Gabilondo por haberle regalado "El Chorrito", un claro ejemplo de que las madres pueden ser todo lo todo que se espera de ellas. Salúd.
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