Trovador solista (más acompañante), comensales lindos, mesas de hierro forjado, arte pictórico de los siglos XVIII y XIX aparentemente y ambiente campirano; Vicente y Martha, vigilantes, desayunan en su mesa con algunos invitados, por supuesto después de que ella había pasado a la nuestra a preguntar si estábamos bien atendidos.
Su entrada al restaurante habría sido digna de una crónica real, la parte del casco de la hacienda familiar dio ese marco. No resulta muy común ser atendidos por una primera dama ni mucho menos haber sido motivo de un tequila por parte de un presidente de la república, pero en Guanajuato es posible. La hacienda de San Cristóbal ofrece el privilegio de tenerlos como atractivo turístico.
Las fotos con él se sucedían continuamente, fruto del personaje que se forjó Fox en el periodo 2000-2006; lo mejor de todo, la comida. Churros recién hechos, chocolate espumoso, pan horneado a la usanza antigua, chicharrón en salsa roja, chilaquiles, huevo con carne seca, todo en cantidades que al principio nos parecieron magras como para la comitiva Barroso, pero resultó no sólo suficiente, sino que hasta nos hizo pensar en apartar para el hitacate.
Por supuesto que regresamos a comer; nuestro estómago, estoico, reclamo el derecho de repetir la hazaña de deglutir semejantes manjares. El menú cambió, pero el sabor no. Desde un punto de vista politiquero, podría afirmar que eso da pista de lo que invirtió de nuestros impuestos, pero de cualquier manera, lo rico del día no se podrá borrar. Bueno, quizá mi madre tendría una opinión encontrada, pues casi no aguantó la idea de que mi padre provocara que Vicente nos invitara el mencionado tequila. Gajes de un oficio bien aquilatado. ¡Mucha salud!
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