lunes, 3 de enero de 2011

Dejavú

Las prisas no llevan a nada bueno; la última vez que me vi en una carrera contra el tiempo, acababa de levantarme creyendo que era domingo, comprenderán que un error de tamañas proporciones sólo sucede si tienes en la cabeza mil y un cosas. Pues sí, las tenía y en un desorden que válgame el Señor. Hasta la fecha, tengo el rezago del mismo, ya que no he podido acomodar mi tiempo en la medida de mis necesidades laborales.
En fin, ese lunes estuve durante dos horas tratando de recordar qué era lo que tenía que hacer, vi el montón de papeles que he acumulado a lo largo de quince años y que me había propuesto digitalizar, observé los muebles y pensé en reacomodarlos para que el departamento tuviera otra fisonomía, incluso casi me pongo a arreglar mi bicicleta, la que he tenido abandonada y he prometido volver a usar en no menos de diez oportunidades... traducidas en años.
Todo estaba claro, empezaría por lo más sencillo. Tomé mi ropa de trabajo, que no es otra cosa que un pantalón de mezclilla raído con una playera igual de rota y tenis. Me acerqué a mi jaca de acero caja de herramientas en mano y al momento de insertar la llave en la primera tuerca, sonó el celular.
La melodiosa voz de la secretaria de la escuela, cuestionándome si iría a dar clases, me recordó de la forma más abrupta, mis obligaciones olvidadas por un error de veinticuatro horas. Hoy lunes, lo recuerdo; las cosas empiezan a reciclarse de maneras muy extrañas. Creo que me hablan. Salud.

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