El dos mil doce se acerca y lo que me preocupa no es el fin del mundo; desde ahora seremos testigos del teje maneje y el barajar de nombres para la grande. ¿Cómo será? Posiblemente estará casado con una turgente figura de la televisión nacional, podría tener los ojos pispiretos, alzada de caballo percherón, también poseer una sonrisa de anuncio de pasta dental.
Sin embargo, el requisito primordial para aguantar los siguientes seis años debe ser que carezca de cerebro. No se piense que es una desventaja, para nada; por el contrario, esa característica lo cubrirá con un halo de inmunidad por todas las estupideces que dirá y hará, por mantener una imagen totalmente ausente de la realidad nacional, que cada paso que dé, sea una razón para que el ejército de cómicos tenga material fresco para que pasemos un sexenio agradable y de solaz en medio de la pelotera que se avecina.
¿Cómo no darnos cuenta de la importancia de ese servicio que nos brindará, aunque de manera indirecta, el futuro presidente de la república. ¡Qué orgullo que podamos instituir para el mundo un estilo totalmente original de gobernar. Un ejecutivo preocupado por mantener el buen humor de su población. Que nos haga sonreír en medio de la ya muy nuestra crisis permanente.
No, no, no; no me salgan con que ya hubo alguien que hizo todo esto. Ni siquiera en la institucionalización de la estupidez podemos ser los primeros. Maldita globalización. Sí ya me acordé que Bush ha sido el pionero por este lado del mundo, pero qué tal si le retorcemos el estilo para darle un toque muy mexicano. Piénsenlo, podría convenirnos si los gringos sienten que los imitamos por queres ser como ellos. Total, ya consumimos el rap y el house. Salud.
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