Si el trayecto hubiera sido al revés, la lógica se impondría, pero no; cuando hay despistes, ni cómo hacerle para rectificar en el momento. Las cosas marchaban bien, los planes del viaje se estaban cumpliendo, incluso la estancia en la zona arqueológica de Plazuelas fue de lo más tranquilo. Hasta mi abuela hizo una nueva amistad en el museo y no se trataba de una pieza en exhibición.
Lo malo fue cuando decidimos ir a Corralejo. Lo único que puedo alegar en mi defensa es que no había visto terminada la carretera y por ello no conocía los retornos, pero aún así, tuve a bien ignorar el puente de regreso y por poco me da un infarto: la camioneta donde venían los guías me hizo señas con las luces y yo ya había perdido la entrada, lo que me puso los pelos de punta pues los carriles de ida y vuelta hacia La Piedad están divididos por un canal infranqueable por los autos.
Entre mi sobrino Jorge y yo, ya nos imaginábamos llegando hasta la ciudad michoacana para poder regresar con los que venían guiándonos pero dicen que el cielo se apiada de los tarugos y algunos kilómetros adelante estaba el segundo puente; éste sí lo vi. Afuera de la empacadora de carnes frías estaban esperándonos y tomamos un respiro con unas cuantas rebanadas de jamón de pavo.
Sé que ya no volverá a sucederme, pero procuraré no sobreentender que las cosas siempre se quedan como las dejé. Las consecuencias del progreso pueden ser fatales si no se les toma en cuenta. Lo mejor de todo, sin menospreciar el recrrido, estuvo a cargo de la barra de degustación de la fábrica de tequila Corralejo, nada mejor para decir salud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario