martes, 5 de abril de 2011

Y del sueño, ni hablar.

Cuando los más vejos decían que sólo teníamos que levantarnos temprano para que las cosas salieran como queremos, quizá nunca pensaron en los alcances de sus palabras y que sus deseos se convertirían en realidad. Desde hace años, por decreto, debemos realizar todas nuestras actividades recorriendo una hora nuestras rutinas; nada del otro mundo, pero hay algunos ajustes que no termino de realizar.
Por ejemplo, casi empezaba a asimilar que el amanecer me descubriera saliendo de mi casa a las seis y media y ahora con el ajuste, vuelvo a dirigirme al trabajo en penumbras; por lo general, mis globos oculares tienden a forzar mis párpados a las cuatro de la mañana (esto en el horario normal), pero como suelo levantarme a las cinco, pues me quedaba regocijándome una hora más en la comodidad de mi lecho. Ahora, en cuanto abro los ojos, debo levantarme.
Lo peor del caso, es que estoy condicionado a que me dé sueño en cuanto se oculte el sol; el cambio hace que, aunque sean las "ocho de la noche" no percibo la llegada de Morfeo pues a esa hora aún hay luz. Entonces las horas que invierto para dormis se ven disminuídas en varios preciosos minutos.
Cosas de la globalización, dirán algunos; masoquismo onírico agregaría yo. No pueden pedir que rinda si cada año tengo que estar ajustándome a los caprichos de la naturaleza, forzados por un uso horario acorde al ritmo del neoliberalismo mundial, (olé con la frase, espero que no me la copie López Obrador); El que haya más luz solar, no garantiza que nos agarren dormidos en cuanto quieran invadirnos con nuevos productos de mentes calenturientas, dirigidos a que consumamos más. ¿Sueño? Sólo cuando bostezo. Aquí no sé si decir salud o tomarme mi lechita e irme a dormir. Bah.

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