jueves, 30 de junio de 2011

La otra profecía.

Deambulo por los intrincados caminos de la incertidumbre, tratando de colocar mis frustraciones en un frasquito y enviarlo lejos, bueno, ahora que vaya al mar. Sólo me preocupa que algún escualo solitario vaya a pensar que lo arrojado sea una especie de postre y después de engullirlo, sienta la necesidad imperiosa de suicidarse en aras de un romanticismo enquistado.
Ya ven que esos multidentados pecesitos se tragan todo y, cuando no hay más, hasta humanos; ya me vi, echado de panza en una barquita mecida por las olas en medio de un mar tranquilo, tostándome por el sol y saboreando una Bohemia (al fin y al cabo, los goles no existen en este espacio) y precisamente una de esas, para que esté a tono con lo que he sentido por estos días.
Lo bueno es que la valentía sólo me da hasta el suicidio literario, así que prepararé también a un personaje para que pueda matarlo a gusto; lo aderezaré con una gotas de melancolía, sazonado en una salsa de desesperanza y trocitos de sopor. En seguida, lo pondré a fuego lento en una cacerola rebozante de especias tristes, todo servido con una guarnición de indolencia.
Para acompañarlo, una botella de vino tinto (que no sea de consagrar), que sorbo a sorbo servirá de justificación para tal osadía; una vez completo el cuadro y ya entrados en gastos, un mezcalito, pues como dice la sabiduría popular: "para todo mal, mezcal y para todo bien, también". Si se animan a vacacionar así, saben dónde encontrarme. Salud.

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