Comodidades dignas de museo. |
Una de las cosas que debo agradecer desde mi incipiente Alzheimer, es el haber nacido en una época de cambios continuos, de sofisticaciones efímeras, simplificaciones constantes y de tecnologías ortopédicas. No es que necesite de muletas mentales, pero tengo por cierto que en otros tiempos, no habría soportado, por ejemplo, una travesía transoceánica.
Falso o no, -apuesto por lo primero- fui testigo ocular del alunizaje del Apolo 11 por televisión abierta, admiré con ciertos pequeños impulsos sexuados el advenimiento del hippismo y aunque por poco tiempo relativamente, me emocioné con el descubrimiento del fútbol nacional, además de tener la oportunidad de cultivar algunas fantasías ahora explotables.
Me forjé ídolos no tan desechables y pude crear espacios adecuados para ellos; logré entender conceptos vagos como “quitapón” o “unisex” para que no me resultara tan raro ubicar a un actual “metrosexual”. Fui capaz de memorizar canciones, lecturas, operaciones, fórmulas, nombres, números telefónicos, contenidos de cassettes, integrantes de grupos... pero en esta época.
De haber nacido en un tiempo pasado, la de problemas que hubiera enfrentado, por ejemplo, de haber tenido la oportunidad de conquistar a una cortesana del S. XV, imagino el tiempo que me hubiera tomado el tratar de quitarle la ropa, empezando por el vestido, luego los múltiples fondos, la faja, la ropa interior y después lo verdaderamente difícil: recordar para qué demonios la estaba encuerando. Salud.
Beto.
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