lunes, 28 de abril de 2014

Línea perdida

No me veo sobreviviendo de pastura.
Finjo que no hubo consecuencias por mi comportamiento tan laxo de los últimos quince días; agradezco que la ropa no tenga la facultad de hablar porque si así fuera, estaría oyendo constantemente las quejas de mis pantalones pidiendo una audiencia en La Haya por maltrato, hacinamiento de material no deseado y exceso de presión en el cumplimiento de sus deberes.
Por mucho que estuve de acuerdo con los argumentos establecidos en las emisiones radiales sobre los beneficios de alimentarse sanamente, mi inconsciente dirigió mi atención en todo lo que tuviera como ingredientes tanto las grasas como los picantes. De ahí entonces que mi sistema gastrointestinal se manifestara enfáticamente en la forma de reflujos, agruras y gases.
No hubo situaciones que lamentar, sin embargo, el diálogo entre mis vísceras y yo no ha sido del todo cordial y es que entre gustos y necesidades, los primeros tienen prioridad a la hora de comer. No es por dárselos a desear, pero las combinaciones que se obtienen del arte culinario poblano con los ingredientes que tenemos en Guanajuato, resultan en verdaderas bombas al paladar.
Así las cosas, debo ser la pesadilla de mi gastroenterólogo, pues cada vez que lo consulto, es por alguna emergencia del tipo "corre que te alcanzo". Lo que más lamento es ver el cinturón de víbora que casi corre cuando lo quiero usar, debo luchar con él primero, darle dos o tres desconocidas y percatarme de que debo recorrerlo un hoyito, a riesgo de que se le salgan los ojitos por el esfuerzo. Dietas vengan a mí. Salud.
Beto.

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