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A veces la búsqueda requiere de alguien más. Foto: BAER |
Las viejas discusiones sobre ser o tener se han inclinado en la práctica hacia lo segundo por una simple razón; que el ser nos lleve a transformarnos en “mejores que los demás” y no mejores con respecto a lo que fuimos en el pasado, es decir, ser mejores abogados, mejores arquitectos, mejores médicos, mejores deportistas para ganarles a los demás, lo que en realidad nos lleva a la obtención de mayores ganancias, por lo tanto a tener más. Ese camino está plagado de frustraciones ya que el sentido de la acumulación es frágil en la medida en que las metas que ponemos en ese tenor sólo son cuantificables y dejan de lado la calidad de vida que nos proporcionamos con ellas al tener como característica una fecha de caducidad.
En el problema del ser, solemos preguntarnos ¿qué somos? o en un derroche de inteligencia ¿quiénes somos? Ambas preguntas ponen en entredicho la imagen que tenemos de nosotros mismos, cuestionan nuestras aspiraciones y la coherencia que mantenemos en las formas que establecemos en ellas. Llegan hasta la valoración de lo que hemos conseguido y con quiénes hemos contado para lo que emprendemos aun con el temor que expresamos en las comparaciones. Porque hay que adaptarse y competir por tener un lugar en este mundo de apariencias; a pesar de sabernos temporales y mortales, prevalece la aspiración hacia la eternidad, que por la imposibilidad de manejarla, la dejamos en manos de los ideales.
Son esos ideales, deidades, valores, utopías a los cuales les hemos fabricado nichos, quienes como personajes de alguna novela, van exigiendo diversos sacrificios en voz de autoproclamados representantes institucionales que los vuelven inalcanzables para los pecadores estandarizados en los que nos hemos convertido. Los logros así, se ven disminuidos porque según sus versiones, todo es resultado de la voluntad de los creadores del universo, el pensamiento, la voluntad y la fe son dones, los destinos están previamente establecidos y cualquier logro humano está sujeto al capricho divino. Hemos permitido que se nos trate como marionetas en el guiñol que es este mundo. Salud.
Beto
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