lunes, 22 de marzo de 2021

La pretensión del ser

En cuestión de planear mis futuros, yo Colón.
Foto: BAER

Una simple pregunta marcó mi segunda infancia -y no me refiero al año pasado-, seguramente todos la escuchamos con mayor o menor frecuencia; en mi caso, casi se volvió la tarjeta de presentación de cuanto adulto tenía la suerte de conocer. Parecía que a todos les habían dado el mismo instructivo para tratar conmigo, pues ese cuestionamiento seguía en cada boca, las mismas palabras: “¿ y tú qué vas a hacer cuando seas grande?” Qué tan frecuente la dirían que hasta Miguel Mateos las usó como tema de una canción; posiblemente ninguno, tanto los adultos como los niños de ese entonces, fuimos conscientes de la presión que iba formándose.

Es evidente que no me convertí en el veterinario ni en el arquitecto que mencionaba para salir de la plática (o interrogatorio), aunque me gustan los animales tanto como dibujar, ni sé cuidar muy bien a los unos  ni me salen tan buenos los otros. El caso es que, conforme pasaban los años, el tener que escoger la manera en que me ganaría la vida hizo que me diera un tope de frente a la ventanilla de inscripción de la preparatoria oficial cuando debía elegir el bachillerato que me convertiría en un preuniversitario. La disyuntiva era cursar leyes o contabilidad; las complicaciones surgen en momentos como ése, así que para sellarla estuvo el contador Olvera.

Bueno, ahora contador y empresario que en ese momento compartía conmigo la misma indecisión; después de una sesuda e intensa deliberación, optamos por el muy socorrido y casi infalible método del volado. En mi muy interior fuero, rogaba porque saliera contabilidad porque de leyes, sólo me llamaba la atención la lectura de clásicos. A medio semestre estuve a punto de arrepentirme, pero todos los días me repetía que era sólo la manera de terminar la preparatoria; lo bueno es que mi inserción en la selección de voleibol me mantuvo cuerdo. Recuerdo que en la entrevista de ingreso a la universidad, al coordinador le extraño mi procedencia académica.

Pero como diría Adriana Vázquez “el señor se apiada de los tarugos” y lo bueno es que caí en blandito; sin saber a lo que me enfrentaría, la carrera fue gustándome cada día más hasta que me convertí en mi muy particular versión de lo que debe ser un comunicólogo. Varios de ustedes habrán tenido desde el principio la noción de lo que sería su futuro y habrán experimentado diversas sensaciones a lo largo de su vida académica, lo que con certezas o incertidumbres, se conformó el tejido de lo que ahora son. Pero déjenme decirles que el hecho de haberme aventado en un principio a lo borras a estudiar algo exótico, no ha tenido precio. Volvería a hacerlo. Salud.

Beto

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