lunes, 1 de marzo de 2021

La terrible cordura del idiota

Cuando la idea de “primero los ‘viejejitos’ es
mantenerlos haciendo filas. Foto: BAER

Tuve que levantarme a separar un poco de orina en un pequeño frasco para los análisis que debo practicarme; la mañana aún respondió a la característica fórmula de un día invernal, de ésos que van desapareciendo conforme pasa el tiempo. Y es que ya empezamos a pagar la factura por haber destrozado el ecosistema que imperaba en estas latitudes. Las voces que antes reclamaban como solistas a golpes de nostalgia, ahora amenazan en coro con la desaparición del júbilo de estar vivos. Al mismo tiempo, otras deudas van ganando peso convirtiéndose en mórbidas obesas que deben ocupar doble asiento en el vuelo retrasado por mal tiempo que es nuestra vida.

El encierro ha cobrado víctimas de diferentes características que responden de diversas maneras a la situación; algunos resignados pusieron en su apuesta toda la paciencia de la que son capaces de producirse, quizá por su experiencia, porque tienen muchas cosas que hacer en su casa, porque su carácter se los permite o porque, en resumen, su vida no cambió mucho que digamos. Un detalle que me recordó que la vida de mi generación (y algunas posteriores) sí cambió, fue el haber hervido un frasco para la muestra del laboratorio; ver burbujear el agua me trasladó a aquellas mañanas o tardes en que mi madre alistaba jeringa de vidrio y agujas para inyectar a un doliente de algún padecimiento.

El olor del alcohol, el sonido del agua y la visión de los pinchos eran suficientes para poner a temblar al más ducho, no tanto por el piquete sino por el ritual previo, aunque ello fuera la promesa de librarnos de un posible encierro. Hoy nada nos importaría que volviéramos a ese escenario si con ello nos garantizáramos la tranquilidad de volver a las calles sin el riesgo de algún contagio, no sólo de las enfermedades, también de los estados de ánimo que empiezan a pulular sin que tengamos, al menos, el derecho a ponerles rostros. Nos hemos encerrado al mismo tiempo que en nuestras casas, a un anonimato forzado por la urgencia que lentamente va transformándose en desesperación.

Sin embargo, en el afán de mantenernos cuerdos, escuchamos versiones contrarias de la situación; las optimistas vienen de las posturas oficiales que, entendemos, quieren mantener a la población lejos del pánico, aunque con cada vez menos crédito por sus informes tan inverosímiles como erráticos; las pesimistas no tienen un origen específico, carecen de certezas igual que su contraparte y transitan de lo malo a lo peor en un vaivén al que no le vemos fin, con una vacuna que no termina de ser confiable a los ojos del pueblo, que a su vez, no está acostumbrado a ser crítico con lo que escucha. Mientras tanto yo, rumbo al laboratorio, llevo en la mano un frasquito con orines. Salud.

Beto

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