lunes, 26 de abril de 2021

Te pregunté quién eres

Yo soy quien soy y no me parezco a nadie,
hasta el final y más allá. Foto: BAER

La capacitación, ese universo donde varias conciencias se juntan para convencerse de que hay necesidades cuyas soluciones están en manos de gurúes de ciencias emergentes que algunas veces sólo rebautizan las estrategias tradicionales. Seguramente, si fuimos partícipes de esas estrategias para el mejoramiento de las actividades laborales entre las décadas de los ochenta y noventa, nos tocó contestar a la pregunta ¿quién eres? que aparte de ser una pieza en los mensajes publicitarios de una revista juvenil de moda en ese tiempo, servía en las juntas para “introducirnos” en el futuro ambiente que sería propicio para los temas a tratar.

¿Quién eres? Resonaba la pregunta en las cuatro paredes del recinto en donde estábamos cautivos y a merced de lo que se convertiría en un juego mental. Un cuasi dedo flamígero señalaba a algún incauto que, vacilante o seguro de sí mismo (no importaba), comenzaba por dar su nombre a manera de presentación pero antes de que concluyera, era interrumpido por el coordinador que, en un tono entre sobre erudito  y paternalista, corregía: “te pregunté quién eres, no cómo te llamas”. Por supuesto que la primera vez que escuchábamos tal aclaración, sentimos que las neuronas en nuestros cerebros se sacudían, si no es que estuvieran aterradas y en franca huida.

La siguiente víctima, un poco más cauta, mencionaría su profesión corriendo la misma suerte: “... no en qué trabajas” y pudimos haber mencionado más palabras sobre el carácter, los sentimientos e, incluso las aficiones y el resultado era el mismo. Las razones de ese juego mental pudieron ser muy variadas, pero varios concluimos que sólo era una manera de hacernos creer que el expositor era muy inteligente como para hacernos concluir que nada somos. En lo personal, me tomó varios años estructurar una posible respuesta desde el intento  del nombre, pues aunque no me puse entonces el saco de estúpido, siempre quedó la afrenta dándome comezón.

En el imperio de la razón que es nuestra mente, las palabras tienen el poder de definir la naturaleza de las cosas, su entendimiento depende del cómo ordenemos las ideas en base al vocabulario que tenemos a la mano. Un nombre es el principio de la creación y el de cada uno se convertirá en la constancia de nuestra existencia, por lo tanto, somos lo que nombramos con respecto de nuestra esencia. Este razonamiento llegó tarde, pero tuvo el tiempo suficiente para cocinarse a fuego lento, Soy mi nombre y lo asumo como mío; aun después de mi paso por este mundo, se me identificará de la misma forma con la que me llamaron. Salud.

Beto

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