lunes, 28 de junio de 2021

Pronto caí

Las relaciones no han sido lo mismo desde hace
ya tres décadas. Foto: BAER

Tengo poco menos de treinta años de haber aceptado la convivencia con los ordenadores electrónicos y aún ignoro la mayor parte de las posibilidades de desarrollo que brindan estos aparatos; recién egresado de la carrera veía con desdén los primeros pasos de la democratización de la computación como la nueva panacea para conseguir mejores empleos, la primera sigue vigente y aún la veo como un embudo mítico en el que se tamizan oportunidades ficticias. Porque no todos los trabajos requieren de saber hablar inglés para ascender en el escalafón, si es que lo hay; lo mismo pensé de la computación y la enorme proliferación de escuelas sobre el asunto.

Es posible que mi desconfianza por tal oferta se haya dado porque al mismo tiempo se daba una explosión de locales con máquinas de videojuegos; más que nada era (y sigue siendo) mi tendencia a preferir lo artesanal sobre lo industrializado sin pensar, como lo hago ahora, que los conceptos viven en la medida en que se adaptan a la dinámica de la vida cotidiana; el argumento anterior para oponerme a su uso era que yo podía mecanografiar, buscar en documentos, orientarme y hasta dibujar sin la necesidad de un aparato que lo hiciera por mí. Lejos estaba de pensar en que un ordenador electrónico se convertiría en mi herramienta principal para lo que ahora hago.

Por supuesto, mantengo en propiedad la máquina mecánica que me compraron mis papás al iniciar la carrera pero, obviamente, con ella no puedo hacer todo lo que con el ordenador, aunque algunas veces me doy tiempo de volver a pulsar su teclado; no recuerdo el día en que de verdad caí en la cuenta de la utilidad implícita (además del evidente ahorro del tiempo y de insumos en una primera etapa) de tener una oficina portátil. Quienes nacieron ya dentro del uso cotidiano del ciberespacio, quizá no comprendan el asombro que a los de mi generación y anteriores nos causó el hecho de que lo que antes era simple sueño o ciencia ficción, se viniera a convertir en diario acontecer.

Un asombro que reaparece con cada nuevo dispositivo en los que ya no sólo se programa o comanda, sino que por así decirlo, se inter actúa; mi parte detractora lo vería como un burdo y mecánico sustituto para los minusválidos emocionales que, como yo, no han logrado ser plenos en la expresión de sus emociones, ya sea por desconocer los alcances o resultar anacrónicos en sus manifestaciones (yo estoy en los segundos), sin embargo, han encontrado no la ortopedia sino la motivación y el estilo para llenar algunos vacíos. Como en todo, algunos valdrán la pena, otros no,  pero la democratización de los aparatos ha traído consigo la apertura de espacios antes inalcanzables. Salud.

Beto

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