lunes, 23 de agosto de 2021

Lubricante social

Es mentira que los borrachos no digan mentiras,
la que más usan es “estoy bien”. Foto: BAER

Una sociedad sin mentiras es una utopía que muy pocos podrían soportar; yendo por partes, debemos establecer una sutil diferencia entre decir mentiras y engañar que tiene que ver con el tiempo de vigencia. En el caso de la mentira, ésta es eventual, elaborada para un momento específico con una argumentación, por así decirlo, simple. En cambio, el engaño toma tiempo en su planeación y es muy elaborado en su ejecución, con él, se trata de mantener una relación benéfica para una de las partes involucradas en detrimento de la otra. Ninguno de los dos es deseable, pero el engaño supone premeditación, una de las agravantes en la comisión de un delito. Pero ése es un tema que no toca para la intención de este escrito, sólo se trata de entender a la mentira en su función social.

Para los bebedores, el alcohol es un lubricante social, pero en realidad entra en el mundo de la ortopedia., pues con sus efectos se puede alegar cierta inconciencia en nuestros actos, mientras que el uso de la mentira se realiza plenamente consciente de los resultados que queremos obtener; calificadas algunas de “blancas”, se piensa que con ellas se está protegiendo una idea o se evita el sufrimiento de un ser querido, por ejemplo el sostener la inocencia infantil contándole a los niños sobre Santa Claus o los Reyes Magos o en el caso de pensar que se guardará la integridad física de un anciano al no contarle sobre la muerte de una persona muy cercana; en ambos casos, lo que está en juego es la fortaleza mental.

Algunos mentimos para no tener que dar explicaciones “superfluas” sobre lo que hicimos en un día, si es que creemos que esas actividades carecen de importancia o son irrelevantes para quien nos cuestiona. Otras utilidades se me escapan de momento, lo importante es observar que hay un margen preconcebido en el que, según el grupo donde nos desarrollemos, el uso de una mentira resulta justificable. La difusión de su bondad se da hasta en el cine, donde es clásico ver a un entrenador animando a su pupilo diciéndole que él puede alcanzar la victoria porque sus facultades van más allá de lo normal, aunque esto no sea cierto, con el romántico resultado de que sale triunfador como lo presenta la zaga de Rocky.

El aparato propagandístico nazi hizo de la mentira una apología de la supremacía racial, vigente en cuanto duraron sus victorias bélicas y en alguno que otro débil cerebro actual. Pero las mentiras, a pesar de que tengan las mejores intenciones, son como pompas de jabón, atraen con su refracción de la luz, su perfecta forma esférica y el colorido adquirido mediante elaborados procesos que, al más mínimo cambio en las condiciones ambientales, truenan sin haber dejado constancia de su existencia ni valía para ser recordadas. Mentir puede ser un juego que facilite el roce social, como pedir a un nuevo residente de la ciudad de León que entre a una zapatería a preguntar si tienen sandalias de piel de Randebú; la risa no durará mucho. Salud.

Beto

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