lunes, 30 de agosto de 2021

No nací ayer

En el mercado de las apariencias,
la compra de mentiras. Foto: BAER

La información es poder, pero no poder con la información se está convirtiendo en el tendón de Aquiles de las presentes administraciones; tanto los anuncios grandilocuentes como los trágicos absolutos tienen la desventaja de ser poco sustentables dado que sus orígenes parten del engaño, sea consciente o inconsciente. Uno de esos orígenes es la ignorancia por falta de documentación puntual; todo fenómeno social requiere, para su explicación, una revisión relativa, es decir, que abarque más de un ángulo desde la temporalidad y el espacio en los que se produzca. Si alguno de ellos no está revisado y comprobado, lo afirmado con respecto a él será considerado una mentira aunque la intención inicial no haya sido ésa, pero ningún receptor está obligado a creer todo.

El ocultamiento deliberado de datos como segunda práctica, supone la anticipación a una acción ilegal o el intento tardío de borrar un error; ninguna de las dos opciones es atenuante, la omisión y la pifia tienen como consecuencia la desconfianza del destinatario de cualquier mensaje. Es cierto, hay informaciones que, por su naturaleza, no deben ser reveladas por ejemplo, las acciones estratégicas para el combate a la delincuencia, pero el afirmar que ésta ha bajado gracias a las acciones del gobierno cuando sólo es porque la gente no sale a la calle, es saludar con sombrero ajeno. Por desgracia para los que realizan esta práctica, siempre hay fisuras por donde se filtra la información puesto que pretender el hermetismo absoluto sería como aspirar al control total.

La historia de la humanidad está repleta de ejemplos en los que la secresía gubernamental se ve rota por detalles que parecen nimios, pero que terminan por roer las estructuras como termitas a la madera, sin embargo, la tercera práctica de ocultamiento de información, es la más burda pues además pretende con ella, hacernos creer que nuestra ignorancia es endémica, permanente y trasciende un montón de fronteras, tal práctica es la redefinición selectiva de conceptos. Es prudente aclarar que no todos somos capaces de descontextualizar y recontextualizar cualquier palabra para que justifique alguna idea que se nos haya ocurrido, lo que evidencia algunas torpezas que, no sé por qué razón, permitimos que se lleven a cabo.

Que un adolescente llame “antro” a un local donde acostumbre bailar y alcoholizarse, es entendible desde la perspectiva aspiracional de ser “diferente”, aunque en el fondo caiga en los mismos clichés de todas las generaciones que lo precedieron, pero que un gobernante intente vendernos una idea de democracia utilizando las mismas herramientas y realizando las mismas prácticas que los gobiernos que criticó y atacó por lo mismo, raya definitivamente en la estupidez. Podemos poner en el esquema cualquier nombre que se les ocurra, todos encajarán y caeremos en la cuenta de que pasan por el mismo rasero. Claro, en su defensa, podría argumentar que es culpa nuestra por creer en afirmaciones irreales, puesto que la palabra “honestidat” no existe. Salud.

Beto

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