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El clásico “y diche una y diche doch”, ya no causa la misma gracia de antaño. Foto: BAER |
El ser un pueblo “alegre” nos ha marcado al punto de casi aparecer en el diccionario como sinónimo de algarabía y festividad; más allá de lo arquetípico de tal imagen, en el consumo diario caemos más en el estereotipo del querer parecer graciosos lográndolo por momentos más como un mecanismo de defensa que como una manera sana de diversión; los dobles sentidos, en este caso, vienen a ser la materia prima con la que fincamos barreras y cotos que delimitarán las relaciones interpersonales presentes y futuras, o cual nos capacita para estar a la defensiva y no necesariamente para pasar un rato agradable. El albur, como fenómeno específico, vendrá a representar una lucha, ingeniosa sí, pero de posesión y sometimiento en donde sólo se divierte el que gana.
Los teóricos del drama han establecido que la comedia se originó a partir de la tragedia, esta última hecha deporte en la conciencia nacional, porque si “para todo mal, mezcal...” si se adereza con alguna broma u objeto podemos lograr que por unos instantes, se nos olvide alguno de los aspectos miserables de nuestra existencia. Octavio Paz lo llevó al universo de la poesía y trató de explicar desde su “Laberinto” la razón por la que con nuestro comportamiento tratamos de hacernos una parodia de la vida usando como arma de destrucción a la risa; no nos divertimos porque tengamos derecho a ello después de una jornada laboral, sino que lo hacemos porque estamos obligados a mantenernos cuerdos ante lo adverso de lo cotidiano y el encierro mental.
Porque con el humor actual no construimos bienestar, sólo tratamos de destruir todo lo trágico que nos envuelve y no aceptamos que nos sobrepasa; posiblemente los temas no se agoten, pero la creatividad, dentro de su transformación, corre el riesgo de extinguirse pues cada día requiere de estímulos más fuertes y groseros para lograr el efecto buscado. Divertirse no es una terapia, es una necesidad básica como el dormir o el comer; nuestra parte lúdica requiere de ejercicio y su resultado, la risa, no es el fin último, que sí lo es el diversificar actividades y concepciones del entorno. Visto así, la diversión es una responsabilidad personal que no debe quedar en manos ajenas o, en palabras de mi padre: “sólo se aburren los tontos”. Salud.
Beto
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