lunes, 18 de octubre de 2021

De chiripa

¿Con cuántas personas nos habremos cruzado
sin darnos cuenta? Foto: BAER

Irapuato, Gto.- En días pasados me asaltaba la duda (recurrente desde que me acuerdo) sobre si estaba haciendo bien las cosas; para alguien que ha tomado por asalto el imperio de la intuición, tradicionalmente con etiqueta de femenina, siempre quedará una cierta desconfianza sobre los resultados obtenidos en las tareas que haya emprendido, principalmente porque los procesos seguidos no tuvieron el rigor de la repetición, es decir, salieron a la primera. Casualidad o no, hay acciones que a varios les cueste trabajo realizar mientras que a otros pareciera que nacieron con facultades para emprender lo que sea, convirtiéndolos en autoridades natos pero que dan la impresión de no valorar lo realizado, sin imaginar que sus problemas sean de otra naturaleza.

La primera vez que escuché la expresión que da título al presente escrito, estaba platicando con un grande amigo en la azotea del edificio de la colonia Portales, donde vivíamos; lo de grande era un hecho, él tendría casi dieciocho años y yo apenas con algo así como seis. Haciendo acopio de una paciencia que había visto en pocas personas (imagino que la heredó de su madre) Luis me explicó el significado de ese vocablo que por primera vez escuchaba, debió tener también alma de maestro pues las palabras que utilizó, incluso me hicieron entender mejor el concepto de casualidad. En ese entonces estaba lejos de saber que sería la última vez que nos veríamos ya que, al parecer, la víspera del setenta y uno lo tenía en alerta permanente.

Y por casualidad, mi familia tuvo que salir de la otrora Tenochtitlán para establecerse en Fresópolis que entonces contaba contaba con poco menos de doscientos mil habitantes y la vía del tren era la frontera con la antigua gran Chichimeca. Tal vez la herencia combinada con un chiripazo, después de haber deambulado por algunas primarias, en la secundaria uno de los maestros de educación física me hizo descubrir que no todo en la vida era el fútbol, obligándonos a mí y a otros despistados a conformar el equipo de voleibol del salón para participar en el torneo interno. Toda mi ignorancia acerca de ese deporte que entonces era como de niñas, salió a flote al querer volear y el golpe que el balón me dio en la cabeza, me tiró en media cancha.

Pero para una gran vergüenza, un gran terco, tenía que aprender así que hice que el concepto que tenía sobre el voleibol jugara a mi favor, era una gran oportunidad de hablarle a las niñas y dejar atrás la timidez... bueno, ésta no se acabo, pero sí me fue posible departir con mujeres, un esquema que repetí relacionándome con el teatro y estudiando Comunicación que son temas de otras casualidades. Otras tareas como el componer algunos aparatos, tocar la guitarra o dar clases de inglés, tuvieron su origen en un destello, sin más razonamiento, aunque esto no significa que no haya intentado hacerlo en ocasiones pasadas, que no siguieron un proceso determinado por el método, claro que al fin y al cabo, me consuela saber que yo mismo soy un producto de la casualidad. Salud.

Beto

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