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Un boxeador no rinde si desde la esquina se le ponen tremendos fregadazos. Foto: BAER |
Aparte también de los trabajos mecanizados, las profesiones brindan oportunidades de realizar las distintas tareas que les competen de diferentes maneras cada vez, es decir, cada cliente es distinto y requiere de diferentes formas de atención, lo que se traduce en adaptación de recursos, aprendizaje y desarrollo. Los viejos dirán que es cuestión de oficio, que tales logros se dan con la práctica en un eterno juego de ensayo y error y tendrán toda la razón; ahora bien, las tareas en sí mismas pueden estar estandarizadas puesto que una oferta de servicio, en lo material, no puede salirse de una convención establecida, sin embargo, las diferencias en las preferencias de consumo aparecen cuando la atención brindada no es del todo satisfactoria.
Por desgracia, no nacimos en un país en el que tengamos el tiempo para encontrar un trabajo que nos guste y nos haga crecer, las ofertas tampoco solucionan la necesidad de mantener un status digno, semejante al menos al que se tuvo de niño o superarlo en el mejor de los casos, salvo muy loables excepciones; por el contrario, la obtención de un empleo obedece a la urgencia de sobrevivir, aunque no sea de nuestro agrado ni nos sintamos plenos en él. En mayor o menor medida, acumulamos frustraciones, desconfiamos de nuestra permanencia porque el lugar no ofrece la seguridad de hacer una carrera (como en el caso de los profesores de universidades particulares) a pesar de que todo el tiempo estén las empresas machacando con la idea de la capacitación de los trabajadores.
De ellas, las que no tratan sobre mejorar las destrezas manuales o sociales, son un franco adoctrinamiento para que todos los niveles “se pongan la camiseta” con el fin semi velado de que nadie proteste por las condiciones laborales. Pocas veces, las palabras de aliento van acompañadas de mejoras salariales, algo que escapa del control total del empresario pues también está maniatado por el juego económico que nos traemos en este mundo globalizado; en teoría, la competencia con empresas extranjeras debería redundar en una mejora sustancial en las condiciones de producción de las empresas locales, lo cual sería cierto si a los nuevos empresarios se les evitara combatir en contra de las trabas que impone el aparato burocrático. Culpar al extranjero resulta ocioso con el enemigo en casa. Salud.
Beto
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