lunes, 1 de noviembre de 2021

Más polvos de aquellos lodos

Cada quien su muerte. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Vuelven los muertos a evaluar a los que quedamos a cargo del mundo, tanto en el cuidado propio como en el del entorno; no me sé la escala que utilizan, pero algo tendrán que ver todos los santos que el día de hoy tendrían que hacer uso de todas las influencias que tengan a la mano, para que nuestros ancestros sean indulgentes y no vengan a castigarnos muy duramente; algo así imagino la fusión cosmogónica de las culturas que nos conforman y que marcan el camino de la mexicanidad. Dos días en los que nos involucramos entre nosotros, de forma callada; los que pasamos el quinto piso, tenemos esos cinco minutos para reflexionar sobre la mortalidad porque, de alguna manera, ya la hemos visto de cerca con diferentes rostros y con arrebatos diversos.

El final es único, la manera de llegar a él, no; simplemente dejamos de funcionar pero cada uno decide cómo es que quiere dejar de hacerlo. Fincamos a lo largo del tiempo en que vivimos, el cuándo y el dónde vamos a abandonar este plano, no con exactitud por supuesto, pero las aproximaciones dan buena pista de ello. Se le tiene respeto a la muerte porque significa el ya no deambular por este mundo, por imaginar todas las maravillas que nos perderemos y por las personas que ya no conoceremos y miedo, quizá porque no tenemos idea sobre si es cierto que avanzaremos a una dimensión distinta ni las condiciones en las que ella esté. Y aunque mantengamos la promesa de otra vida, la incertidumbre nos hace dudar a ratos, máxime cuando la existencia es meritoria.

Pero debemos ver a la muerte de frente, en las mejores condiciones posibles, por lo que la transformamos en ilustraciones, en alimento, en dulce; en cada paso que damos nos nutrimos de muerte quitándole pedacitos a la vida, unos con probaditas otros a mordiscos, según sea la idea de satisfacción que tengan. En algún momento, la sentencia de los ancianos tiene que volverse verdad: “quien vive de prisa, pronto encuentra la muerte”. La lógica está en que como el proceso de deterioro de nuestro cuerpo empieza con el nacimiento, cualquier ayuda que demos a ese proceso (que es más rápido que el de reparación) acelerará nuestro encuentro con el final. Aquí, los que ya no tienen pretextos dirán “de algo me he de morir”, pero con la inocencia de un niño preguntaría ¿cuál es la prisa?

Tal vez la vida sea un curso intensivo para bien morir, por lo cual contamos con diversas herramientas filosóficas, religiosas o científicas, sin embargo, como mucho de esta existencia, la muerte es algo puramente personal en lo que -ojalá- todos tuviéramos un acompañamiento o al menos lo que ahora llaman autsurcing. ¿La tanatología? Por desgracia tiene una imagen semejante a la de los seguros de vida, que no se compran porque “son un llamado a la muerte”. Sea como fuere, la mortalidad es un camino que nos trazamos donde lo único seguro es la meta. Recordemos a quienes quisimos en vida de la mejor manera posible, no vaya a ser que un arranque de indignación cumplan la amenaza de venir a jalarnos las patas. Salud.

Beto

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