lunes, 29 de agosto de 2022

La victimización ancestral

No había manera de que uno envidiara
al otro. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- La edad mental puede medirse en tanto qué tanto deseamos aparecer como débiles ante los demás, para ello, ser víctimas de la adversidad es primordial; la historia oficializada nos muestra panoramas en los que el protagonista no es un rey, un gobernador o un guerrero, sino la fatalidad, espectro que establece como destino el despojo por parte de seres etéreos a los que es imposible combatir. Las figuras cambian, pero los intereses no, la codicia mueve a otras pasiones que el pueblo “bueno” debe soportar estoico porque así lo mandan sus más elevados preceptos, aunque en el intento sólo se logre la negación de sí mismo. En ese devenir, la búsqueda de identidad se queda en simple queja de lo que no se ha logrado ser, basados en imágenes importadas de otras concepciones.

¿Qué tal si alguna de esas imágenes no hubieran sido lo que nos contaron? Una de dos, las contradicciones harían que odiáramos en definitiva lo que creímos hasta entonces o la humanización de dichas imágenes nos ayudarían a comprender su entorno histórico. Por ejemplo, en el mito de Juárez se nos presenta la historia de cenicienta: el indito pobre, el humilde pastorcillo que pasó de cuidar ovejas en Guelatao a ocupar la presidencia de la República debido a su tenacidad y deseos de superación. Y se cuenta como una historia única, cuando en realidad esta país ha sido gobernado por dos indígenas en el siglo diecinueve, ambos de Oaxaca pero de dos etnias distintas, el zapoteco ya nombrado y el mixteco Porfirio Díaz, sólo que la historia cobija a uno y no valida la del otro cuando fueron sus caminos muy semejantes.

¿Por qué uno es benemérito y el otro villano? Si ambos gobernaron por más de un periodo; sencillo, el primero sufrió y el otro fue poderoso, pero vamos por partes. El camino de Juárez es presentado como escabroso y lleno de sacrificios, el de Díaz se califica desde su estadía en la silla haciendo su “santa voluntad”, pero la realidad es que ambos padecieron en distintos momentos, Porfirio para llegar a la presidencia y Benito ya instalado en ella, lo que a los ojos de los historiadores institucionales tiene diferentes méritos. Es cierto, el mixteco nunca tuvo que sufrir persecuciones ni grandes traiciones, gracias al ejercicio del poder que mantuvo, pero también es cierto que el zapoteco nunca empuñó un arma en contra de algún enemigo del país o de sus adversarios políticos; ambas posturas muy válidas por sus circunstancias.

Si juntamos ambos caminos, podría decirse que Díaz puso orden al caos que dejó Juárez, pero que aquel fue producto de éste, el soldado consecuencia del jurista. Como productos de su tiempo, su peregrinar hacia el poder dependió de diferentes circunstancias y los mitos se forjan por lo variado de las visiones. Porfirio se hizo en batalla, siendo coherente con su herencia cultural, Benito fue cobijado por la iglesia católica por una simple razón, su supuesta humildad era la impostura de un príncipe zapoteco, puesto que ninguna orden cardenalicia iba a apoyar a un indígena cualquiera para que llegara a las cortes de Roma cual era el plan de su “padrino”. Por supuesto, desvió su camino y eso fue en realidad lo que le dolió a la curia, una institución acostumbrada a nunca reconocer sus errores. Salud.

Beto

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