lunes, 17 de julio de 2023

Revender a Taylor

No me gustan los apretujones. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Creo que desde nunca he sido partidario de los espectáculos multitudinarios, las incomodidades a las que hay que someterse no valen la pena, eso sin considerar mi dispersión pues, sin importar la naturaleza de lo que tenga que poner en alerta los cinco sentidos, me pierde a los cinco minutos; lo anterior les dará una idea del porqué era en clases como a la hora de escribir, tan divagado. Pero volvamos al juntar a un montón de humanos con el fin de disfrutar, aparte de un espectáculo, de empujones, rozamientos, aromas extraños y humedades por varias horas en un lugar que, aunque generalmente abierto, no ofrece al menos el suficiente espacio para aliviar adecuadamente las necesidades primarias de cuerpos empecinados en consumir en exceso.

Un concierto debe ser un evento impresionante cuando se realiza en un espacio abierto, en un estadio o en un recinto relativamente grande, en lo particular sólo tengo dos referencias, la primera en el Auditorio Nacional para ver a Joan Manuel Serrat y la segunda, en el Domo de la Feria en León para ver a Flan’s; sí, ya sé que no hay correspondencia, menos si les digo que al primero lo vi cuando tenía doce años y a las otras, casi veinticinco, lo que importa es que a ninguno asistí pagando pues a los doce no contaba con solvencia y a los veinticinco di un “charolazo”. Por cuestión de gustos, por supuesto que prefiero a Serrat, a Flan’s las vi por cuestión de trabajo y el contraste entre ambos me hizo entender algunas cosas.

En ambos, los sonidos se entremezclaban con los ruidos, acordes eso sí, con la calidad de cada evento, el Auditorio se llenaba con murmullos y suspiros acompasados con los rasgueos de la única guitarra y el Domo era testigo de una lucha feroz entre las notas sacadas de la electrónica y las femeninas gargantas contra la entusiasta gritería a manera de admiración adolescente; esta segunda manera de expresión ha venido dominando desde entonces en todo eso que llamamos concierto. Y bueno, el concepto se ha degradado a la simple reunión de una muchedumbre gritona alrededor de un grupo aporreador de instrumentos de dudosa capacidad musical. ¡Desniéguenmelo! Diría don Chucho el guacamayero que se ponía todas las mañanas en el Parque Hidalgo en León.

Pero eso es pasable comparado con la plaga de revendedores que ahora hasta son expertos en burlar los comandos de la venta cibernética de boletos, pues para los eventos de Taylor Swift los próximos 24, 25 y 26 de agosto, las entradas están agotadas, pero se ofrecen por fuera a precios exorbitantes. En lo particular, la güera me agrada pero no puedo decir que conozca su producción musical; aun si la conociera no me veo luchando a brazo partido por conseguir un boleto, menos a precio de oro, porque cantará muy bonito, pero si lo que vende es la voz con acompañamiento instrumental, pues mejor me compro un disco, me sale más barato. ¿Qué? ¿Ya no venden discos? Entonces le diré a una de mis sobrinas que me lo baje de la nube o lo que sea. Salud.

Beto

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