lunes, 16 de octubre de 2023

La consigna del débil

Rogamos a las deidades que nos ayuden cuando
ni siquiera estamos bien preparados. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Mucho de nuestro comportamiento agachón-pasivo-agresivo-violento (sí, pasamos por esas etapas en diferentes momentos) tiene que ver con las ideas en las que empezamos a creer en la niñez y la adolescencia; en el caso de los varones, el aprender a marcar nuestro territorio se convierte en el requisito por excelencia, condición que nos obliga a probar que somos dignos de la manada y que se puede confiar tanto en nuestra fuerza como en nuestra lealtad, las tareas o pruebas serán tanto cuanto más difíciles según sea lo específico del grupo al que queramos pertenecer o quiera reclutarnos, no es de gratis que el desarrollo físico, como tarjeta de presentación, anteceda al desarrollo intelectual para ser aceptados pues la sobrevivencia es un aspecto tan importante como urgente en nuestras junglas.

Una actitud suplicante como de perene pedimento de perdón suele sacarnos de algunos problemas, sin embargo, al cabo de cierto tiempo cansa a quienes tienen que soportarla si es que los resultados dibujan una eterna derrota; por el contrario, si la imagen que sostenemos es el del más fuerte, curiosamente suele provocar que se nos rechace y si esa actitud va acompañada de triunfos, pareciera que todo el mundo esté esperando que se nos derrote. Pero el contrincante no debe ser otro que alguien más débil, porque si el vencedor es otro fuerte, como que no tiene chiste, somos adictos al mito de David y Goliat porque es más “meritorio”, aunque esto se produzca en muy contadas ocasiones y por ello veamos como un abuso que el equipo mejor preparado venza al que no es tan bueno.

Ese sentimiento ha sido tomado por todos los atletas o equipos que no figuran como favoritos, lo que no significa que no fueran buenos ni débiles, sino que había uno que parecía superior por algún margen; el discurso usado como tarjeta de presentación casi siempre, después de una victoria “inesperada” comienza: “nadie creía en mí (nosotros)” reforzada en varias ocasiones desde los micrófonos con: “contra todo y contra todos” con la misma intención y el mismo impacto. La verdad es que posiblemente ni siquiera eran mencionados debido a que no llevaban mucho tiempo en las competiciones, pero ya se sentían los paladines en contra de la soberbia, pecado capital para los latinoamericanos frustrados porque los reflectores, las medallas y los trofeos siempre están del lado de los anglosajones.

La simpatía por el débil debe ser una proyección de nuestras propias carencias, del deseo de lograr el triunfo casi por casualidad y de que se nos reconozca el esfuerzo a punto del desfallecimiento, de que surja el David que todos llevamos dentro por razones no muy claras o de lograr cierta justicia divina para “quitarle lo presumido a los fuertes” porque, por naturaleza, son todos abusivos. La parte de saber perder ni siquiera la tomamos en cuenta porque de derrotas estamos hasta el cogote y por dejar en manos de entidades extraterrenas, el destino de la nación. Hasta la fecha, pasar por las fases mencionadas al principio, no era otra cosa que nuestra vida cotidiana, la expresión de una adolescencia de la que nos enorgullecemos sin saber porqué, pero ya va siendo hora de crecer. Salud.

Beto

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