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En esencia, ya no tenemos idea de lo que somos. Foto: BAER |
Las mentiras (o verdades a medias, funcionan igual) que hemos venido contándonos en estos tiempos no parecen tener un sustento teórico como para ver un propósito específico de algún sector delimitado, están tan revueltas que enturbian el panorama nacional apuntalado la ya onerosa incertidumbre con la que nos manejamos en el país; entre eso y la desconfianza generalizada, caemos en actitudes pseudo eruditas que califican a la población segú las muy particulares apreciaciones que tengamos de cada uno de sus sectores, lo cual nos pone en una perspectiva dicotómica que no es capaz de observar más allá de bueno o malo, entonces tenemos a pobre buenos y ricos malos, a ecologistas buenos y empresarios malos, a católicos buenos y sectarios malos y (el colmo) a mujeres feministas buenas y hombres malos.
Hemos creado nuevos mitos dentro de una idea de libertad que no puede afianzarse porque ni siquiera hemos sido libres de las ataduras que nos hemos impuesto desde la convivencia, la comercialización y el consumo; la nueva imagen del hombre y la mujer valiosos, no son otra cosa que el resumen del egocentrismo al que nos hemos metido con las herramientas que nos proporcionó cada etapa a cada generación. Lo que quiero decir es que un macho de los años treinta no es igual a un pachuco de los cuarenta o a un rocanrrolero de los cincuenta y sesenta o a un hippie de los setenta, a un yuppie o metrosexual de finales del siglo veinte y principios del siglo veintiuno, el hombre valioso retomó cada característica de los anteriores que le pareció interesante y trató de amalgamarlos en una sola imagen.
Nos cuidamos mucho en estos días de volver a ser los machos de antaño, toleramos que algunos renieguen de su naturaleza al declararse como los seres que no son, tomemos que las supuestas profecías de perdición apocalíptica se vengan a cumplir en estos tiempos, sin tomar en cuenta que esos mismos temores se presentaron en el siglo sexto, en el siglo diez y más recientemente en el año 2000 (sin olvidar el 2012), lo que menos interesa es de dónde vienen esos vaticinios; pensar en que la masculinidad debe estar ligada a una única forma de expresión es impensable pero tampoco parece haber miles de formas para suponer una ambigüedad total, ser hombre es más que cuidar los modales pero no deberían ser motivo de dudas, por muy razonables que sean. Salud.
Beto
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