lunes, 25 de marzo de 2024

Una lucha de egos chaparros

Como pueblo, actuamos sin saber
qué hay detrás. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Lo sabía, fue un movimiento absurdo movido por la ignorancia, la autocomplacencia y el chisme, donde lo que menos importaba era la protección del país, sino el mantenimiento de un status de poder contrapuesto a otro; el contubernio debía terminar algún día, pues la curia eclesiástica no estaba acostumbrada a tratar con “pelados” que ni comportarse sabían frente a los “príncipes” de la iglesia, sin embargo, éstos no encontraron otra manera de tratar con aquellos más que bajarse a su nivel y, aunque no hay registro de obispos o cardenales empuñando las armas, sí los hay de curas del bajo clero que seguramente recibieron órdenes de sus jefes que, al fin y al cabo, el culto católico está custodiado por la organización que dio origen a la milicia en todas las épocas que llevan de vida, por ejemplo los templarios.

La guerra cristera, como muchos enfrentamientos bélicos en el mundo, no debió realizarse, no por la legalidad soportada por el gobierno ni por la piedad cacareada por la iglesia, sino por la codicia expresa de los jerarcas de ambos bandos. La acción bélica pudo empezar por parte de las autoridades civiles, pero la represión histórica se inició por parte de las autoridades eclesiásticas, todo lo cual no les daba ningún derecho de arrastrar a la población (incluidos los soldados) a matarse entre sí por ideas sin fundamento, porque no me dirán que no faltaron a la legalidad por crear rumores para tratar de justificar la defensa de sus intereses más bajos; unos prometieron la repartición de una riqueza que ni tenían bien calculada ni la habían obtenido aún, los otros, sólo el cielo.

Los púlpitos se pusieron a las patadas con la silla presidencial, cada lado pensando que el otro existía gracias a él, cada cual avalado por su «divinidad», suponiendo que a nadie debían explicación alguna, por lo que podían y debían, imponer su voluntad; lo peor del caso (como si lo anterior no fuera suficiente), es que ambos bandos tuvieron la misma idea: que fuera el pueblo el que peleara su guerra, el ejército empleado del gobierno contra los cristeros fieles a la iglesia, enviados a los campos sin escrúpulos a «defender» una patria amenazada siempre desde Palacio Nacional y a una religión que si fuera bien llevada, nunca requeriría de tanta parafernalia. Dos cultos divididos por la misma estructura de poder, aunque una vestía de traje y bombín y la otra de lustrosas sotanas.

El agridulce sabor del poder actúa como un delicioso jugo de naranja, en las dosis perfectas alimentará todo aquello que necesite ser alimentado, en exceso, producirá una terrible diarrea, créanme, sé de lo que hablo. En algunas bocas, el poder hace la conversión a cloacas y lo que sale de ellas no sirve ni de abono, lo que nos lleva a escuchar cosas tan absurdas como que Dios premiaría un sacrificio si éste lleva a la muerte a gente que abiertamente hace uso de los que los clientes (creyentes, perdón) suponen un don que es el libre albedrío, por otro lado, el mismo efecto tendría el atender a un llamado de austeridad, cuando los únicos que no hacen caso de él son justamente los servidores públicos; lamentablemente, cuando dos entes tan egocéntricos como la iglesia y el gobierno se pelean, el afectado es el pueblo. Salud.

Beto

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