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El final lo sabemos, cómo ir hacia allá es lo interesante. Foto: BAER |
Caminar más lento permite poner atención en detalles que normalmente no serían de interés, mucho menos de utilidad para nosotros, sin embargo un ventanal, un balcón, las flores en el jardín que solíamos pasar en el camino al trabajo o los buenos días a la señora que barre temprano su banqueta, adquieren un sabor nuevo cuando los percibimos con mayor detenimiento, los aparadores de las mueblerías que aún acostumbran exhibir televisores encendidos vuelven a tener atractivo como cuando éramos niños, aunque por supuesto, ya nadie se detenga a verlos; lo mismo podría pensar de los organilleros, los afiladores de cuchillos o los heladeros de tubo, artesanos en plena extinción. O ¿qué tal los zapateros remendones? Ésos aún se aferran al «instinto de conservación» de los artículos a los que damos valor sentimental.
Quienes ya aceptamos nuestra condición de acumuladores compulsivos, tenemos una perspectiva común sobre lo que nos significa rememorar lo que vivimos en lo personal; mi memoria debe apoyarse en algunos objetos de uso común para no olvidar lo concerniente a la vida cotidiana, para otros eventos con un lapso mayor, he juntado una serie de objetos que van desde recortes de periódico, figuras en miniatura o dibujos hasta recaditos que recibí en todos mis grados escolares. El truco para seguir sorprendiéndome y valorándolos es olvidarme un poco de dónde los tengo guardados y en las eventuales revisiones, verlos como si fuera la primera vez; la parte intermedia está compuesta por un montón de fotografías impresas que logran ahorrarme el esfuerzo de recordar detalles que, sinceramente, sin ellas no tendría presentes.
Aunque parezca imposible o increíble, hasta el consumo de mensajes de toda índole se ralentiza y baja la intensidad, por lo que la música estridente, las películas o series violentas o los deportes de contacto extremo tendrán que espaciarse porque disfrutarlos se ha vuelto un evento especial y no de diario. Llega uno a cierta edad en la que es más importante saborear que hartarse, las razones se encuentran en cualquier parte, yo prefiero pensar que tomamos la decisión de tomárnosla más leve, porque eso nos permite ser más conscientes de nuestro entorno, del tiempo que tenemos para seguir sorprendiéndonos de lo que los demás hacen y de que la verdadera riqueza se encuentra en la variedad de lo que podemos consumir para seguir aprendiendo, pues eso Sancho, es lo que nos aparta de los animales. Salud.
Beto
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