![]() |
Algunos símbolos son piedras muy pesadas para cargar. Foto: BAER |
Es posible que nos hayamos hecho adictos a crear niveles distintos de significación pues quizá no nos baste con llamar a las cosas por su nombre o buscarles un sinónimo o asignarles una metáfora, tenemos que llegar a un punto en el que de un solo golpe de vista comprendamos la razón de ser de un objeto con una gran carga afectiva; las referencias a las que nos remiten los símbolos van desde la ubicación geográfica, el linaje o el sentimiento de pertenencia, todo lo que se utilice para hacer que una población se sienta segura dentro de un territorio o, aunque parezca contradictorio, para infundir temor. Basta recordar lo que algunas crónicas narraban sobre los barcos que se topaban con otro en el que ondeaba la bandera negra con el cráneo en el centro y los dos fémures entrecruzados; tanto la preparación para el ataque como el miedo serían épicos.
Cuando los símbolos se humanizan (o los humanos se simbolizan) ponemos al cuasi objeto de veneración en un pedestal inestable, comparados con los que se soportan por medio de los gobiernos o las iglesias, precisamente porque no hay detrás de ellos una institución; siglos atrás eran guerreros o atletas, en estos días a ellos se les han sumado actores y cantantes. Aunque hay partes del misticismo que ya no cuadran, como la magia, hay otros a los que nos aferramos como garrapatas, quizá para no perder algo de misterio en la existencia. La admiración pasa a convertirse en culto cuando hay un «exceso» de socialización y coincidencias extremas, trayendo como consecuencia la mitificación de acciones que, en tipos normales, no pasarían de ser cotidianas; y como en todo, hay nombres que resisten el paso del tiempo y otros, que siendo tan buenos como los anteriores, sucumben al gusto irregular.
Porque las poblaciones son así, encumbran lo que entienden desdeñando lo que no, muchas veces sin haber probado lo que se les oferta ni, mucho menos, haber analizado sus partes; lo malo en cada caso es que solemos invalidar los gustos ajenos con calificativos que nada tienen que ver con la esencia del producto, por ejemplo, una música suave con letra poco profunda será tratada como «fresa» o actualmente «fifí» por aquellos que no gusten de ella; por el contrario, si la música suena agresiva o estridente y su letra replica esa sensación, se verá como «bruta» o «naca» por el sector contrario, pero pocas veces alguno dará argumentos sobre el uso de los instrumentos, la secuencia melódica, las construcciones gramaticales, etc., de las canciones en turno, conformándose con fórmulas ya hechas y así deslindarnos de responsabilidades. Salud.
Beto
No hay comentarios:
Publicar un comentario