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¿Vendrían en son de paz? Foto: BAER |
1. Condenados a pensar. La ilustración nos arrastró materialmente hacia la aceptación de nuestra humanidad, el conocimiento adquirió un valor democratizado, pero meritocrático, la moneda de cambio fue la opción por un trabajo más intelectual que manual y las clases sociales no alcanzaron a igualarse debido a que la sabiduría se volvió otra especie de mercancía; el estilo de vida pasó a ser una designación a una preocupación personal, pues ya no mediaba la voluntad divina sino la competencia y como tal, había que gastar la neuronas en estrategias para no perecer de hambre, en un accidente con máquinas o por una congestión alcohólica. Tanto las virtudes como los vicios se insertaron en un marco conceptual que trató de justificar su existencia, pero nada más para paliarlas.
2. Libres de reaccionar. Pero no tanto para pensar en el porqué reaccionaríamos ya que los esquemas con los cuales nos conducimos para interactuar, se basan más que nada en dos fenómenos muy actuales que podrían ser considerados uno la consecuencia del otro que son la sobreinformación y la desinformación, ambas impiden que razonemos lo que es peligroso cuando tenemos que valorar un problema pues el riesgo de descontextualizarlo aumenta en la medida en que ignoremos las atenuantes o las agravantes; los eventos que debemos enfrentar a diario ponen a prueba nuestra paciencia, nuestra inteligencia y nuestra fortaleza mental, a veces de una por una y a veces todas en conjunto de acuerdo a cómo nos hayamos mentalizado para el transcurso del día, ya sea en modo guerrero o en modo misionero.
3. Sugeridos a consumir. La tragedia humana está definida por lo que consume para vivir, si es por la cantidad, fluctúa entre la obesidad y la escualidez, si es por calidad, va del lujo a la miseria, si es por ludicidad, viaja del entretenimiento al embrutecimiento; todo se trata de consumir pues casi todo se ha vuelto una mercancía y como en todo, hay buenas y malas. El convencimiento a consumir está a cargo muchas veces de personas que no participan de ellas, pero su fama se transmuta en credibilidad por la costumbre en el consumo de otros productos en los que suelen intervenir, por ejemplo, un actor o deportista famosos anunciando una pasta de dientes, aunque también se influye por medio de personajes identificables de la vida cotidiana como otra ama de casa, un bolero o un médico.
4. Redefinidos para vivir. Hace varias décadas, las revistas sensacionalistas disfrazadas de científicas, nos mostraban una visión proyectiva de la evolución física de los seres humanos si seguimos pulsando botones en máquinas que suplieran nuestro trabajo, la imagen ofrecida era un ser poco agraciado, de piel rosa pálido, con un cuerpo subdesarrollado, cabeza enorme con ojos que le hacían juego y lo más llamativo, manos con dedos que semejaban pinzas y quizá sin el oponible. Tras el horror de imaginarnos transformados en una copia pirata de E. T., vino la aclaración de que eso le sucedería a generaciones posteriores en unos miles de años, lo cual de ninguna manera fue un consuelo, pero tampoco dejamos de digitalizar nuestros entornos; quién sabe, es posible que ellos sean los viajeros en el tiempo y no seres de otros mundos. Salud.
Beto.
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