El hormigueo constante de mi brazo sólo se comparó con el ir y venir de las compradoras (con algunas compulsiones) en Zara. Las miradas se les transformaban segundo a segundo, debido si no al cambio continuo, sí a la calidad de las prendas que con fruición observaban. Imagino que una idea de reciclaje se basa en decidir con cuál prenda regresarán a comprar las que les siguen.
Me extravié por un instante en la persecución de mi sobrina la más pequeña -quien no tuvo empacho en escaparse una segunda vez- la encontré en ambas ocasiones y el alivio embalsamó mi susto por lo que no pude regañarla; de cualquier forma, no me hubiera pelado. Mugrosa.
En seguida, más mujeres compradoras, más acompañantes ansiosos, más filas para pagar; no soporté tanta gente y fui a tomarme un café. No tuve que caminar demasiado. Su fuerte sabor me volvió el alma al cuerpo. Por supuesto el primer ataque lo recibí por la nariz; quien diga que hemos perdido el olfato, no tiene idea de cómo te toma por sorpresa un buen café. Como un oasis de virilidad entre tanta progesterona, identifiqué la afable figura de Marcelo Briones, uno de mis modelos a seguir cuando fui estudiante de la Ibero. Él, como tantos otros, sucumbió a la furiosa acometida mercantil de su mujer ante el diluvio de prendas de vestir y cumplió como los buenos el buen Marcelo.
Lo demás, aunque delicioso, no tuvo el impacto al reconocer que cuando a una mujer se le mete en la cabeza que tiene que comprar, no hay poder humano (hombre por supuesto) que se interponga. Ahora sí necesito salud.
Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja... Claro que si hay poder humanooo... Cuando no hay dinero, por más ganas que tengamos de ir de compras, pues... Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja
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