Deseos por cumplir. Foto: Cristina Ramírez Mauleón |
La virtualidad en las convivencias se impone irremediablemente, pero las necesidades se hacen más tangibles y con mayor imposición; se abren las apuestas sobre qué es lo que, una vez que salgamos a las calles, se verá como lo más urgente a resolver. Por supuesto, todo tendrá que ver con la producción de satisfactores y la distribución de los mismos, aunque haya voces que clamen por la reanudación del balompié.
Y aún más importante, cómo serán nuestras reacciones si es que nos dan rienda suelta, tomando en cuenta que nunca las abstenciones vienen acompañadas de mesura; siento que, en lo particular, nosotros los tragones estaremos salivando cual pavlovianos caninos, desesperados por encontrar todas esas garnachas de cualidad indiscutible de barrio a las que no les henos hecho los honores en todo este tiempo.
Revisaremos los bolsillos y los más afortunados habrán guardado algunos billetes para solventar el gasto, esperando con todas sus fuerzas que doña Carmen no le haya subido demasiado a los tamales o don Cuco tenga a bien ser moderado a la hora de cobrar las quesadillas. La oferta y la demanda no habrá tenido mejor ejemplo que el que protagonizaremos en unas semanas, emulando quizá, las filas hechas en la gran depresión.
La contraparte también estarán tronándose los dedos, pues no hay garantía que todos tengamos dinero para invertir en sus manjares. Y por muy optimistas que seamos, la promesa de crear dos millones de empleos, se ve muy lejana al menos en el corto plazo, eso sí, perder medio millón fue muy fácil. Peripecias del capitalismo dependiente del que nos ufanamos cuando tenemos para gastar; cuando no, no. Salud
Beto
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