El «querer decir» no siempre es lo dicho. Foto: BAER |
Nuestra comunicación total está dividida entre las expresiones faciales, las inflexiones de voz y los movimientos corporales, enmarcados por el orden de las palabras que usamos; lo óptimo en la emisión es que cada parte del mensaje concuerde con las demás, que es lo que llamamos coherencia. Al rededor de ese esquema estarán la vehemencia, la intensidad, el volumen o la repetición, todos indicadores del interés por tratar de convencer sobre algo a los demás, por ejemplo, un creador buscando inversionistas o un político buscando votos. El mismo mecanismo que debemos usar al querer vender el carro o la casa, al pedir permiso para salir, al presentar un examen oral o la tesis profesional, todo el tiempo estamos a prueba y debemos regatear.
Cuando empezamos a comprender las señales que componen los mensajes emitidos por los demás, una especie de empoderamiento nos invade al darnos cuenta de que también tenemos la capacidad racional de emitir con ciertas intenciones ya sea para dar una orden, calmar un impulso o caer bien, podríamos también estar tentados a «manejar» los significados para acomodarlos a nuestras intenciones, que la manipulación de la información existe casi, desde que aprendimos a articular dos palabras. La bondad y la efectividad de los mensajes dependen de los contextos en los que hayamos insertado sus contenidos, esos marcos de referencia les proveerán de toda la coherencia necesaria para garantizar su comprensión, de no ser así o si deliberadamente los cambiamos, lo que queda es el desorden.
La comunicación, como fenómeno absoluto, se da con base en coincidencias, desde el uso de un código común hasta la referencialidad de las imágenes intercambiadas, es necesariamente así dado que, aunque los signos sean los mismos y las imágenes un asunto cultural, las interpretaciones cambian con el tiempo, volviendo a una generación dominante por sobre las demás eventualmente, esto se debe a la difusión masiva de sus expresiones, lo que no significa que eliminen a las anteriores sino que adaptan los vocablos que bien pueden seguir usándose junto con los que ellos «crean»; las expresiones de moda suelen sobrevivir por poco tiempo salvo algunas que logran incursionar en la semántica prevaleciente, la interpretación será así, un constructo en un alto porcentaje. Salud.
Beto
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